Solíamos ser ventanas blancas,
el caballo gris inquieto,
la laguna con orilla mansa.
Solíamos beber la música
en el oído que escucha
y besarnos, sus compases.
Solíamos agotar el día
y desafiar las horas nocturnas,
hasta ser la piel
que muta y se desplaza
en el otro.
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