Tú sentiste el palpitar
de las noches,
el humo de las calderas
en los barcos anclados,
el escondite de las bestias
que no duermen.
Tú sentiste el crujir
de las hojas en vela,
el torrente más profundo
de los ríos
y la inquietante sed,
en que agoniza el desierto,
hasta recorrer mis pasillos
y devolverme la luna.
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