Nos vestimos
de sal y de espuma
y caminamos,
sobre el crujir
del desierto.
Destellamos,
pequeñas luces
celestes,
para no confundirnos
entre esa multitud
de estrellas.
Las manos
flotaban caricias
sobre los cuerpos,
en un estela de cielo
y silencio,
hasta desmayarnos
sobre el borde
de la noche inmensa.
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