Tomados de la mano, descienden por la pequeña calle hasta llegar al café. Se sientan en la mesita junto a la ventana. Mientras esperan, se sonríen con ternura y conversan tranquilos. A los ochenta, el amor no tiene precio. Ellos sin duda se aman. Luego de una hora se despiden del lugar, y sin que noten mi presencia, los sigo. En la entrada del cementerio detienen su lento caminar, donde me aprovecho, y les tomo varias fotos, pero me detengo e instintivamente y desaparezco. No vaya a ser que ésta sea su última morada y me inviten a pasar, antes de tiempo.
Texto: RoseMarie M Camus 2011 Copyright ©
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