ENTRADAS DEL DÍA...

domingo, junio 20, 2010

LA CRUZ...

Oiga -señora- Es muy difícil que lo encuentre en una sepultura personal.
Tuvimos los cuerpos por más de un año esperando que fueran reconocidos.
Hace tiempo ya que los enterramos en la fosa común. Pues nadie vino a hacerse cargo. Pero le puedo asegurar que los dejamos bien vestidos y arreglados, aunque eran puros huesos. Si quiere la llevo al lugar. Hay una enorme cruz sobre ellos. Seguro su padre le agradecerá la visita.
Ella se encaminó junto al sepulturero hacia la cruz, y allí la encontró elevada como tocando el cielo de los muertos. Luego mirÓ el suelo gris. Sintió frío y llovieron de su alma lágrimas de impotencia.
-Padre- he venido a verte después de tantos años. He viajado desde tan lejos. Tú me comprendes... y recordó el terremoto del 85'. Había leído en los periódicos el descalabro producido en el cementerio. Llamó con urgencia a los familiares más próximos para que se hicieran cargo del féretro, pero nadie hizo el trámite. Su padre quedó olvidado junto a otros cadáveres. Él había fallecido el año 83' en un accidente automovilístico y para esas fechas, ella era muy joven y la muerte le produjo un dolor desgarrador.
Viajó a los funerales lo más rápido que pudo. Su padre de 40 años había muerto, y sus ojos no podían dar crédito a lo que veían. El hombre que más amaba en el mundo, descansaba dentro de un ataúd. Luego lo pondrían en un nicho helado, sin vista, sin paletas de colores, sin libros, sin poesía, sin vida. Pero esa noche tuvo una sorpresa... Cuando recién se había acostado, lo sintió.
Había vuelto para acariñarla con sus manos de hombre bueno. Y medio dormida y medio despierta, sintió como le acariciaba los cabellos. Vino a despedirse de su hija. Ahí supo, que no estaba sola y con una sensación de paz, despertó al siguiente día.
Su padre ya no estaba pero de algún modo, seguía junto a ella.
Por eso cuando el sepulturero le dijo, -Señora ya no llore- Se dio la vuelta y mirándolo a los ojos le respondió: Sí señor, es mejor que no lo haga, capaz que le quite el sueño a los muertos, aunque ya sé, que no están aquí.
Mirando el cielo, sonrío abiertamente, como en aquellas mañanas de domingo cuando su padre la llevaba al Museo de Historia Natural y disfrutaban de la laguna, paseando en botecitos. Y ya no hacía frío. El cementerio era una pradera inmensa donde a lo lejos, en la cima de la montaña, resplandecía una cruz con un Cristo.

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