Frente al amargo sepulcro,
en un lugar no escogido,
mi corazón enmudecido
escucha el terrible llanto.
La madre,
a la tierra húmeda se encadena
y una blanca paloma,
se eleva.
Cada día, cada hora,
su delirio no da tregua.
Pasan los años y la madre,
sigue junto a ella.
Regala en su rito semanal,
blancas azucenas,
y -en aniversario- rosas rojas,
que huelen a estrellas.
Siempre en su rostro,
la madre también lleva,
desencajados los ojos
por su infinita tristeza.
En un devaneo, sonríe
como si nada ocurriera,
pero la madre ha muerto,
al morir su pequeña.
En aquellas tardes,
grises de invierno,
recuerdo a la madre
y a todas las madres,
que a un hijo perdieron
y mis lágrimas,
al igual que palomas,
quiebran los cielos.
© RoseMarie M Camus Poetry & Photography
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por estar presente y dejar tu valioso aporte. Me hace muy feliz...